Por: Pablo Torche and Rodrigo Marín
Matamoros
En entrevista con Intemperie, Luis Barrales, una de
las voces más destacadas de la nueva dramaturgia nacional, reivindica el poder
del teatro a partir de su valor estético y su uso del lenguaje como una
exploración del poder creativo de la palabra.
Nacido en
la VIII Región, en el pueblo de Laja, un lugar improbable para uno de los
dramaturgos más importantes de la escena actual, Barrales confiesa que no tenía
mayor interés en el teatro durante su época de colegial. “Lo consideraba algo
muy naive, para niñas o mariquitas, por supuesto, desde una visión muy
machista”. De manera que se trasladó a estudiar Derecho a Concepción, donde
alcanzó a durar un año. “Era
profundamente infeliz en eso” relata Barrales “hasta que un amigo me invitó
casi por casualidad a un taller. Allí, me enamoré de inmediato de la mecánica
relacional del teatro. Comprendí también que el teatro era una forma única de
entregar una opinión política a través de la belleza. Fue algo súper violento.”
En su discurso, Barrales emplea un lenguaje cargado de pasión, a ratos
emocional, pero que se entrelaza libremente con otro más teórico y
especializado, de indudable raigambre marxista, en un mezcla rara que resulta,
sin duda, ilustrativa de su particular propuesta estética.
- ¿Y cómo fue el tránsito a la dramaturgia?
En la
escuela desde primer año los profesores te piden que escribas tus propios
textos, para conectarte contigo mismo, cosas así. Ahí empecé a escribir textos
vivenciales, experiencias. Seguí escribiéndoles textos a otros compañeros que
sentían que no tenían tantos dedos para el piano. Uno de esos ejercicios
trataba de lo que ocurría en un camarín de puros hombres. Nos gustó la idea, de
manera que la seguimos trabajando y después se transformó en ‘Uñas sucias’
(2003), mi primera obra.
- ¿Cómo veías el teatro chileno en esa época?
Era
crítico con todo, pero no había una intención de destronar algo. En realidad,
en la escuela me topé con un grupo muy bueno de sujetos teatrales y orientamos
el trabajo hacia nuestro propio deseo: buscar qué era lo nuestro, versus lo que
el mercado te hace desear, concentrar la energía en buscar nuestra propia voz
hacía que no perdiéramos el tiempo criticando al otro, pero que tampoco
tuviéramos grandes maestros.
- ¿Eras consciente de que estabas proponiendo algo nuevo, que tu dramaturgia de alguna forma tenía un poder renovador?
Yo pienso
que si una voz es autoral, siempre va a proponer desde un lugar original.
Cuando un sujeto habla por sí mismo, necesariamente va a salir algo nuevo. Pero
nunca nos concentramos en eso, simplemente trabajábamos.
Barrales
insiste constantemente en el trabajo conjunto con su compañía que, a diferencia
de otras agrupaciones teatrales, ha pervivido en el tiempo inmune a quiebres o
fracturas. “Tenemos mucho en común, desde el comienzo nos dimos cuenta de eso”
explica “sobre todo por el hecho de ser un grupo de pequeño-burgueses, pero con
ansias de ser proletas”. El porqué de este deseo sui generis lo sitúa en una
percepción particular de los proletas. “Siempre he tenido la sensación de que
lo pasan mucho mejor, a pesar de sus dificultades, es gente más feliz, más
dramática, menos pauteada. Entonces, decidimos trabajar desde ahí. Sin embargo,
se apresura a advertir “no pretendemos hablar por los pobres, es una búsqueda
desde la otredad”.
No
esperaban el éxito, pero tampoco los sorprendió del todo. Menos político de lo
que pudiera pensarse, Barrales lo atribuye principalmente al esfuerzo, al sudor
y a la sinceridad de la búsqueda. Tampoco elucubra demasiado en las razones
para que este teatro que habla de temas marginales, de clasismo y de violencia
de clase, haya tenido tan buena recepción en la sociedad actual. “No es que
pretendiéramos llegar con una voz renovadora, simplemente pasó. Supongo que la
gente se sintió identificada con lo que veía ahí” dice, casi encogiéndose de
hombros y continúa su reflexión: “en general es por eso que a alguien le
gusta lo que está viendo”. De todas formas, asume que el público que asiste a
ver sus obras es principalmente pequeño burgués. “Al teatro difícilmente va el
proletariado. Se me ocurre que ni siquiera sabe que existe el teatro.”
- ¿Has presentado alguna vez en festivales populares, ante público más marginal?
Alguna
vez. Lo hicimos con “La epopeya del Lucho Chaveta” que contaba la historia de
un cabro de población, pobre, que llega a ser Presidente de la República. Fue
una experiencia preciosa, la gente terminó gritando “Chaveta Presidente”. Pero
da mucho pudor, porque también hay una mirada paternalista, es como decir: yo
les voy a enseñar. Eso me produce mucho pudor ya que creo que no tengo nada que
enseñarle a nadie.
- ¿Pero no hay en tu obra un interés explícito de llevar la cultura popular o “flaite” al centro?
Eso surge
después, son reflexiones a posteriori. En el momento de la creación el motor es
puramente estético. Yo me crié en el campo, donde una de las principales
estéticas era la palabra. Lo único que se podía hacer era jugar taca-taca y
contar mentiras. Efectivamente hay un interés por mezclar lo docto con lo
punga, pero siempre con un fin puramente estético, para “la oreja”. Para mí lo
interesante es que los márgenes crean lenguaje. Yo creo que es un mecanismo de
defensa, para soportar, embellecer la experiencia cotidiana. Sin belleza no
podemos vivir. La clase marginal tiene más posibilidad de crear lenguaje, a
diferencia de la clase alta que lo importa, pero es menos creativa para
inventarlo.
- ¿No hay un riesgo en tu obra de que la cultura o lenguaje popular se transforme en una especie de objeto de consumo para el grupo dominante?
Debe
haberlo. Pero no puedo hacerme responsable del uso que se le dé. Un cuchillo
sirve para cocinar o matar. Yo solo hago mi trabajo y lo expongo, pero no me
siento responsable de concientizar políticamente a la gente, ni tampoco, desde
una perspectiva más cristiana, de generar una compensación a la culpa.
- ¿Y no te complicaría si tu obra fuera más vista por un sector ABC1, o si se diera en el Parque Arauco por ejemplo?
Sí, eso
me complicaría mucho. Aunque fuera sólo por una cuestión estética, no
soportaría la idea de hacerlo en el Mori de Vitacura, a nivel de imagen no lo toleraría, aunque me lo ofrecieran.
- ¿Piensas seguir trabajando en el tema del lenguaje popular? ¿Qué proyectos tienes en la actualidad?
Ahora
estamos trabajando a partir de una obra de Shakespeare, Macbeth. Se supone que
aparece en Chile una versión censurada de Macbeth y un grupo de actores se
propone montarla. Entonces el ejercicio de cómo representar a Shakespeare se
transforma en cómo representar a Chile. También estamos trabajando otro
proyecto acerca de un pescador que perdió todo en el terremoto, su bote, su
casa, su familia. Y después de intentar buscar justicia, buscar explicaciones,
decide demandar a dios. Entonces, esta demanda es acogida y se discute la
culpabilidad de dios.
- ¿Cómo ves la propuestas teatrales actuales, ves que hay alguna continuidad, qué crees que les falta?
Creo que
lo que anda dando vuelta es la crisis de la representación. Se está instalando
eso como formato escénico. La Manuela Infante hace ese ejercicio de modo
exquisito. También la compañía La Resentida, desde otro lenguaje, explora una
mecánica parecida. También admiro mucho a Guillermo Calderón, y creo que hay
dramaturgos jóvenes interesantes como Pablo Paredes.
- ¿Y qué te parece las celebraciones del Bicentenario?
Me tiene
hasta acá la recreación de lo folclórico y la banderita y todos los lugares
comunes, me tienen enfermo. Creo que hay unos pocos proyectos
interesantes de re-estudiar la historia de Chile, pero las cosas tipo ‘La
pérgola de las flores’ me tienen hasta la coronilla. No hay mucho que celebrar,
tal vez ese día deberíamos hacer 200 minutos de silencio más que otra cosa.
- ¿Por último, cómo ves a Chile, cuál es tu relación con el país?
Estoy en
una duda permanente, a veces no soporto, a veces me es indispensable. Yo no
tengo muchas esperanzas, ni tampoco tengo la energía para hacer activismo
político. Pero hacemos teatro para sobrevivir a esta desolación. Para no morir
de pena. En ese sentido el mundo del teatro es una forma de evasión.
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