jueves, 27 de noviembre de 2014

Luis Barrales: Sin la belleza no se puede Vivir



Por: Pablo Torche and Rodrigo Marín Matamoros


En entrevista con Intemperie, Luis Barrales, una de las voces más destacadas de la nueva dramaturgia nacional, reivindica el poder del teatro a partir de su valor estético y su uso del lenguaje como una exploración del poder creativo de la palabra.

Nacido en la VIII Región, en el pueblo de Laja, un lugar improbable para uno de los dramaturgos más importantes de la escena actual, Barrales confiesa que no tenía mayor interés en el teatro durante su época de colegial. “Lo consideraba algo muy naive, para niñas o mariquitas, por supuesto, desde una visión muy machista”. De manera que se trasladó a estudiar Derecho a Concepción, donde alcanzó a durar un año. “Era profundamente infeliz en eso” relata Barrales “hasta que un amigo me invitó casi por casualidad a un taller. Allí, me enamoré de inmediato de la mecánica relacional del teatro. Comprendí también que el teatro era una forma única de entregar una opinión política a través de la belleza. Fue algo súper violento.” En su discurso, Barrales emplea un lenguaje cargado de pasión, a ratos emocional, pero que se entrelaza libremente con otro más teórico y especializado, de indudable raigambre marxista, en un mezcla rara que resulta, sin duda, ilustrativa de su particular propuesta estética.
  • ¿Y cómo fue el tránsito a la dramaturgia?
En la escuela desde primer año los profesores te piden que escribas tus propios textos, para conectarte contigo mismo, cosas así. Ahí empecé a escribir textos vivenciales, experiencias. Seguí escribiéndoles textos a otros compañeros que sentían que no tenían tantos dedos para el piano. Uno de esos ejercicios trataba de lo que ocurría en un camarín de puros hombres. Nos gustó la idea, de manera que la seguimos trabajando y después se transformó en ‘Uñas sucias’ (2003), mi primera obra.

  • ¿Cómo veías el teatro chileno en esa época?
Era crítico con todo, pero no había una intención de destronar algo. En realidad, en la escuela me topé con un grupo muy bueno de sujetos teatrales y orientamos el trabajo hacia nuestro propio deseo: buscar qué era lo nuestro, versus lo que el mercado te hace desear, concentrar la energía en buscar nuestra propia voz hacía que no perdiéramos el tiempo criticando al otro, pero que tampoco tuviéramos grandes maestros.


  • ¿Eras consciente de que estabas proponiendo algo nuevo, que tu dramaturgia de alguna forma tenía un poder renovador?
Yo pienso que si una voz es autoral, siempre va a proponer desde un lugar original. Cuando un sujeto habla por sí mismo, necesariamente va a salir algo nuevo. Pero nunca nos concentramos en eso, simplemente trabajábamos.
Barrales insiste constantemente en el trabajo conjunto con su compañía que, a diferencia de otras agrupaciones teatrales, ha pervivido en el tiempo inmune a quiebres o fracturas. “Tenemos mucho en común, desde el comienzo nos dimos cuenta de eso” explica “sobre todo por el hecho de ser un grupo de pequeño-burgueses, pero con ansias de ser proletas”. El porqué de este deseo sui generis lo sitúa en una percepción particular de los proletas. “Siempre he tenido la sensación de que lo pasan mucho mejor, a pesar de sus dificultades, es gente más feliz, más dramática, menos pauteada. Entonces, decidimos trabajar desde ahí. Sin embargo, se apresura a advertir “no pretendemos hablar por los pobres, es una búsqueda desde la otredad”.
No esperaban el éxito, pero tampoco los sorprendió del todo. Menos político de lo que pudiera pensarse, Barrales lo atribuye principalmente al esfuerzo, al sudor y a la sinceridad de la búsqueda. Tampoco elucubra demasiado en las razones para que este teatro que habla de temas marginales, de clasismo y de violencia de clase, haya tenido tan buena recepción en la sociedad actual. “No es que pretendiéramos llegar con una voz renovadora, simplemente pasó. Supongo que la gente se sintió identificada con lo que veía ahí” dice, casi encogiéndose de hombros y continúa su reflexión:  “en general es por eso que a alguien le gusta lo que está viendo”. De todas formas, asume que el público que asiste a ver sus obras es principalmente pequeño burgués. “Al teatro difícilmente va el proletariado. Se me ocurre que ni siquiera sabe que existe el teatro.”
  • ¿Has presentado alguna vez en festivales populares, ante público más marginal?
Alguna vez. Lo hicimos con “La epopeya del Lucho Chaveta” que contaba la historia de un cabro de población, pobre, que llega a ser Presidente de la República. Fue una experiencia preciosa, la gente terminó gritando “Chaveta Presidente”. Pero da mucho pudor, porque también hay una mirada paternalista, es como decir: yo les voy a enseñar. Eso me produce mucho pudor ya que creo que no tengo nada que enseñarle a nadie.

  • ¿Pero no hay en tu obra un interés explícito de llevar la cultura popular o “flaite” al centro?
Eso surge después, son reflexiones a posteriori. En el momento de la creación el motor es puramente estético. Yo me crié en el campo, donde una de las principales estéticas era la palabra. Lo único que se podía hacer era jugar taca-taca y contar mentiras. Efectivamente hay un interés  por mezclar lo docto con lo punga, pero siempre con un fin puramente estético, para “la oreja”. Para mí lo interesante es que los márgenes crean lenguaje. Yo creo que es un mecanismo de defensa, para soportar, embellecer la experiencia cotidiana. Sin belleza no podemos vivir. La clase marginal tiene más posibilidad de crear lenguaje, a diferencia de la clase alta que lo importa, pero es menos creativa para inventarlo.
  • ¿No hay un riesgo en tu obra de que la cultura o lenguaje popular se transforme en una especie de objeto de consumo para el grupo dominante?
Debe haberlo. Pero no puedo hacerme responsable del uso que se le dé. Un cuchillo sirve para cocinar o matar. Yo solo hago mi trabajo y lo expongo, pero no me siento responsable de concientizar políticamente a la gente, ni tampoco, desde una perspectiva más cristiana, de generar una compensación a la culpa.

  • ¿Y no te complicaría si tu obra fuera más vista por un sector ABC1, o si se diera en el Parque Arauco por ejemplo?
Sí, eso me complicaría mucho. Aunque fuera sólo por una cuestión estética, no soportaría la idea de hacerlo en el Mori de Vitacura, a nivel de imagen no lo toleraría, aunque me lo ofrecieran.
  • ¿Piensas seguir trabajando en el tema del lenguaje popular? ¿Qué proyectos tienes en la actualidad?
Ahora estamos trabajando a partir de una obra de Shakespeare, Macbeth. Se supone que aparece en Chile una versión censurada de Macbeth y un grupo de actores se propone montarla. Entonces el ejercicio de cómo representar a Shakespeare se transforma en cómo representar a Chile. También estamos trabajando otro proyecto acerca de un pescador que perdió todo en el terremoto, su bote, su casa, su familia. Y después de intentar buscar justicia, buscar explicaciones, decide demandar a dios. Entonces, esta demanda es acogida y se discute la culpabilidad de dios.
  • ¿Cómo ves la propuestas teatrales actuales, ves que hay alguna continuidad, qué crees que les falta?
Creo que lo que anda dando vuelta es la crisis de la representación. Se está instalando eso como formato escénico. La Manuela Infante hace ese ejercicio de modo exquisito. También la compañía La Resentida, desde otro lenguaje, explora una mecánica parecida. También admiro mucho a Guillermo Calderón, y creo que hay dramaturgos jóvenes interesantes como Pablo Paredes.
  • ¿Y qué te parece las celebraciones del Bicentenario?
Me tiene hasta acá la recreación de lo folclórico y la banderita y todos los lugares comunes,  me tienen enfermo. Creo que hay unos pocos proyectos interesantes de re-estudiar la historia de Chile, pero las cosas tipo ‘La pérgola de las flores’ me tienen hasta la coronilla. No hay mucho que celebrar, tal vez ese día deberíamos hacer 200 minutos de silencio más que otra cosa.
  • ¿Por último, cómo ves a Chile, cuál es tu relación con el país?

Estoy en una duda permanente, a veces no soporto, a veces me es indispensable. Yo no tengo muchas esperanzas, ni tampoco tengo la energía para hacer activismo político. Pero hacemos teatro para sobrevivir a esta desolación. Para no morir de pena. En ese sentido el mundo del teatro es una forma de evasión.

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