Raúl Zurita, poeta:
“El poder es profundamente
vulgar”
El Premio Nacional de
Literatura del año 2000, Raúl Zurita, acaba de lanzar su último libro,Los
países muertos, con el que ha vuelto a generar controversia en el
mundo literario chileno. Ya no por tratar de enceguecerse, ni por quemarse el
rostro; tampoco ha sido acusado de haberse masturbado en público. No, Zurita
esta vez es imputado por “disparar agravantes versos a quemarropa”.
Por Luis Miguel Méndez S.
Raúl Zurita sigue vivo. Para
desgracia de muchos. Zurita ya no maneja, pero no porque tenga Parkinson, sino
porque una vez casi se mata a 140 kilómetros por hora. Desde entonces usa taxis
o lo llevan terceros de un lado para otro. Zurita sigue vivo, muy vivo, aunque
su cuerpo insista en manifestarle su deterioro.
Son las nueve de la mañana
en punto y sale a la calle desabrigado, pero con su gorro ruso “que no es
ruso, sino de acá nomás” y una gran sonrisa más bien propia del
verano. Sube al auto que lo llevará a dos entrevistas en el transcurso de la
mañana y habla sobre fútbol para distender el viaje. Sobre el mundial y la
lástima que sintió cuando Argentina fue eliminado. Pero igual está feliz,
después de todo, Italia sigue ganando (aún Italia no ganaba la copa del mundo).
Esta alegría, sin embargo, no viene porque él haya sido agregado cultural de
Aylwin en dicho país. Nunca tan vago -con Zurita nada es vago, todo es pasión,
todo es poesía-. Es feliz porque “de una u otra forma la sangre tira” y
la que corre por sus venas tiene bastante peso: su madre y su abuela son
italianas. Ambas, como puede verse reflejado en El día más blanco,
su novela autobiográfica “con apenas un solo cambio de la realidad: el
nombre de uno de mis compañeros de colegio, por más que aparezca una sola vez
mencionado”, influyeron mucho en el joven Zurita. En especial Veli, su
abuela, quien solía contarle a su nieto sobre Dante y su Divina Comedia,
obra determinante al momento de pretender entender el Universo Zurita.
Hace poco se acaba de lanzar
su último libro, Los países muertos, y el autor goza cada vez que
se toca el tema: se le iluminan los ojos como a un niño, suspira y sonríe con
complicidad. Goza porque está orgulloso de su obra y porque a la vez, todo el escándalo que
ha traído consigo, no hace más que confirmarle que va bien, que avanza una vez
más. Porque todo a su alrededor sigue igual.
Con la edición de Los
países muertos varios se han sentido atacados. Muchos se han ofendido
y sólo unos pocos han traspasado el escándalo para evaluar o regocijarse con la
obra. Se ha quedado estancado el análisis y ha primado la fijación en sus disparos en
cuanto “agravantes versos a quemarropa” como escribió Cristián –bellezo- Warnken
(mote asignado por el poeta en la obra en cuestión) en una de sus columnas para
El Mercurio. Pero para el poeta, no es más que un chiste repetido.
- Chiste repetido, pero para muchos actores culturales no fue ninguna gracia. ¿No lo esperaba acaso después de escribir, por ejemplo: “Y atrás la hueca Marks paraba // su tinterito sin carne por si // el medio pico de Dios se lo llenaba”?
-
La controversia fue producto de un adelanto publicado en la revista Clinic. Y
digo que es un chiste repetido porque es la tercera vez que me pasa en el mismo
medio y con la misma persona. Un tipo de la Revista de Libros de El Mercurio,
que nadie sabe quién es, pero que me lo pusieron de marcador central. Pero es
sólo un extracto de un poema, de un libro… Fundamentalmente es una obra de
arte, y una obra de arte hay que juzgarla como tal; destruirla como obra de
arte si quieren… Entonces, si alguien va a hacer crítica literaria o algo que
se le parezca, tiene primero que leerlo. Entero. Y después, recién, puede
intentar hacer crítica literaria… Puede que el libro sea pésimo, pero no puedes
responder como crítico si no lo has leído. O sea, yo espero un crítico que
hable del libro, que no hable de mí, sino del libro, de lo que sale allí.
El tono de cada palabra que
sale por la boca del poeta es rotundo, seco, pero amigable. Aunque ante todo es
apasionado. Esta pasión se ve reflejada en todo, desde su vestimenta y su
aspecto, hasta en “los reclamos que hace el cuerpo”: se mueve. Poco,
pero se mueve. Trata de contenerse, pretende dominar su pasión, pero es ésta la
misma que se revela en su brazo derecho. Zurita la guarda en el bolsillo de su
chaqueta y, como los caballeros, sin perder la compostura, continúa:
“En general me abisma la
vulgaridad. No de lo que yo escribo, sino la vulgaridad del entorno. O sea,
cuando yo pongo personajes de un micro mundo, el micro mundo cultural –entre
comillas- chileno, en el cual yo me incluyo en las mismas condiciones, apelo a
lo real que es a su vez muy efímero y, por lo tanto, el nombre del autor o de
los nombres que aparecen allí son como fantasmas…Entonces, esta vulgaridad
manifiesta en la mentira y la impostura, es reflejo del mundo. Si nosotros
ampliamos estos micro mundos, y los ampliamos a nivel de mundo, vemos
exactamente el mismo tipo de mentira en, por ejemplo, los juicios culturales y
la defensa de los valores culturales de occidente (que Estados Unidos defiende
la libertad o la democracia, por ejemplo). He ahí la explicación: el mundo
entero está explicado en el comportamiento de ese pequeño grupo. Finalmente, el
utilizar esos nombres responde en primer lugar a una larga tradición literaria
y en segundo, apelan –a mi juicio y me enorgullezco- al argot, a la jerga, al
habla que le da categoría de poema: la hueca, el fleto, todo lo propio del
chileno…Entonces, esa crítica, hacerla pasar por crítica literaria, me parece
que es la vulgaridad más ordinaria que tiene el poder, y el poder sí que es
profundamente vulgar. Y en general los tipos aludidos representan esa
vulgaridad extrema, no el poema que los nombra, sino las cosas que ellos
hacen.”
- Mucho se ha hablado de las partes en que ataca a otros, pero resulta que eso no es lo importante del texto, como ya lo ha explicado; que lo importante es el reflejo del Chile actual. ¿De qué manera, por ejemplo, habla de Chile la separación del mar?
-
Esas partes en que supuestamente ataco a otros, son apenas –aproximadamente- 8
páginas de un total de 80. Pero está bien, yo no espero que haya una crítica
correcta, hace mucho tiempo que perdí toda expectativa al respecto. A mí no me
interesa la recepción, a mí me interesa escribir. En fin, esto de los mares que
se abren, demuestra el carácter de la obra, por donde van pasando esta especie
de esperpentos que tienen nombres, que son nombres reales, que en este momento
son reales, pero que en 50 años más no van a estar, como yo… La obra habla del
poco amor fundamentalmente. Eso es lo que quise retratar con todo esto. De un
Chile que emerge de una noche, que provenía de una dictadura, de una cosa
feroz. Por lo tanto, uno sabía que habría perdones, que tuvo que dársele tiempo
y que el tránsito iba a ser difícil. Pero ya ha pasado el tiempo y no hay caso,
y uno no puede cerrar los ojos ante una sociedad que se ha constituido
profundamente desigual y profundamente egoísta. Este poema trata finalmente de
este asunto: este país imaginario que va atravesando entre dos murallones de
agua y que va viendo sus propias faltas, sus propios yerros, sus propios
pecados, sus propias muertes. Ese es el tema de fondo de Los países
muertos: países que surgen muertos porque en alguna parte los mataron y esa
muerte es precisamente el no poder ver a los otros. Creo que es un libro
político finalmente.
El exceso de la poesía
Zurita tiene una teoría que
habla sobre el pan. Que puede ser acusada de populista o de lo que uno quiera,
pero que no por eso pierde validez. Porque invalidarlo “sería vulgar”,
ya que, en cierta medida, se niega la propia naturaleza. El hecho de ser
hombre. “Mi gran argumento es pan para hoy y hambre para mañana. Pero para
miles, millones de personas, es pan para hoy. Porque lo otro sería hambre hoy y
hambre mañana. Y uno no puede cerrar los ojos ante esto”.
Cuesta no creerle a Raúl
Zurita. Él, uno de los más controversiales poetas que ha tenido Chile, habla
bastante y con conocimiento. Habla con fuerza y uno no puede despegar la vista
de sus ojos. Comenta sus excesos y uno los entiende
perfectamente.
Para explicar a Raúl Zurita,
para explicar su obra, uno podría hacer una especie de ecuación: su persona más
sus actos poéticos (a veces entendidos como excesos) daría como resultado su
obra. Algo así.
Uno puede llegar a entender
que se haya quemado la mejilla con un fierro, siguiendo la frase de Cristo –esa
que habla sobre poner la otra mejilla- como consecuencia de la humillación que
sentía por su aspecto, “para responder la bofetada”. O bien, uno puede
fascinarse con la historia que cuenta que trató de perder la vista arrojándose
amoníaco en los ojos para hacer del trazado de sus poemas en el cielo
neoyorquino, un acto “más bello y rotundo”.
Uno puede llegar a
entenderlo o puede llegar a fascinarse, porque Zurita, en cuanto habla, en
cuanto escribe y en cuanto actúa, es pura poesía. Un único elemento aglutinador
de las diversas manifestaciones poéticas que giran en torno a su figura.
Por lo mismo, tampoco
resulta extremadamente sorprendente que en la tercera parte de Los
países muertos aparezca una de las más controversiales imágenes del
famoso fotógrafo norteamericano, Robert Mapplethorpe: un trasero humano
–masculino- siendo penetrado por el musculoso antebrazo de otro hombre. Imagen
que según Zurita, “es un clásico. O sea, ahora que estemos alejados de los
museos, de lo que se ve usualmente en arte, no justifica que se haga un
escándalo de un clásico de la fotografía de los años 70, por más fuerte que sea
el tema”. Y profundiza, callando a todos los escandalosos: “Si
hubiera querido provocar, la hubiera puesto en portada. Pero no. Va justo en el
lugar en el que tiene que ir. Para mí funciona porque crea el clima del poema
en el que está inserto. Y los poemas que están insertos a su vez le dan una
lectura a la fotografía. Entonces, funciona como otro poema más. Lo principal,
lo concreto, es que hay que leerlo como un texto más. Iluminado por los otros y
que a su vez ilumina a los otros. Porque ese poema está en uno que se llama
Nuevo Estrecho, y que habla de una relación entre hombres en un cuarto sucio,
de una relación casi degradada y desesperada. Y esa foto tiene algo de eso”.
Después de todo Zurita no
tiene límites, no se los pone, porque “un artista no puede ponerse límites,
ya vendrán otros que te los pondrán. Y te los van a poner, ¡Díos mío cómo! Te
van a poner unos límites feroces. Y te van a responder, y te van a contestar, y
te van a castigar”.
“El golpe militar me salvó
la vida”
Los excesos quedan
atrás cuando uno habla con el poeta sobre el amor, la muerte o la solidaridad.
Sentimientos muy humanos que cualquiera podría pensar que no son tema en una
poesía tan radical como la de Zurita. Pero no es así. De hecho, estos tres
elementos están presentes en cada una de sus obras. Ya sean como elementos
inspiradores o bien, de la manera más evidente.
En su novela, El día
más blanco, el protagonista va constantemente a la Iglesia de la Divina
Providencia a rezar. Reza para que no lo boten –junto a su familia- de la casa,
pero, sobretodo, reza para que mueran todos juntos: su hermana, él, su madre y
su abuela italiana.
A lo largo de su juventud,
Zurita pensó en suicidarse, como el súper suicida Lira (como
llama el poeta en su última obra al también poeta, Rodrigo Lira) finalizando de
un solo tiro el acto poético que podría ser su vida. Pero no lo hizo… Aunque él
cree que “la muerte debe ser la experiencia máxima de la vida. Estarse
muriendo, es una visión alucinante. No va a pasar nada y así va a estar uno,
expectante. A veces me despierto y digo: estoy acostado en la cama, va a ser un
soplo y así voy a estar, empezando a mirar el infinito. Entonces, nadie que
piense, no puede no pensar en la muerte. Seguramente el pensamiento sobre la
muerte es lo que definió lo humano. El pensar siempre versa sobre la muerte.
Ese es su origen, creo, desde el origen del pensamiento… Antes del golpe
militar estaba listo para suicidarme. Pero veía cómo mataban gente, cómo las
desaparecían, y me pareció ridículo matarme. O sea, era totalmente ridículo,
entonces en ese sentido, en lo personal, yo podría decir que posiblemente a mí
el golpe militar me salvó la vida”.
- ¿Fue esto, entonces, y la experiencia de haber sido torturado por los militares, lo que se tradujo en INRI y Canto a su amor desaparecido?
-
Mira no sé, creo que influyeron de un modo rotundo y tremendo como yo me
imaginaría que influyeron para todos (las aberraciones militares). Aunque,
curiosamente me doy cuenta de que no es tan así. Si uno ha estado cerca –no al
pie de la letra, sino, cerca del mundo entero-, si se ha conocido lo que es una
dictadura como la de Pinochet, uno debe haber sido tocado por ella. No podría
entender mi vida sin eso. Y no podría entenderlo porque es el hecho fundamental
de mi existencia. El golpe de Estado del 73… yo nunca voy a salir de eso. Todo
lo que escriba va a tener que ver con eso. Me alegra infinito que emerjan
nuevas generaciones de poetas. Me alegra infinito que los temas estén
cambiando. Pero mi tema es el de la dictadura, no tengo otro.
Y ya casi amanece
Zurita habla también de
amor. Zurita ama. Y dijo en una entrevista que “el único momento feliz
en su vida es cuando ha encontrado el amor, que no puede vivir sin él”. Su
última obra retrata al Chile actual y con esto, a sí mismo. El libro está
dedicado a la escritora Paulina Wendt, su actual pareja. Y entre fletos,
huecas, chantas, muertos y antebrazos penetrando nalgas, hay también tres
poemas de amor: Zurita, poema de amor.
“Y ya casi amanece y no
puedo parar // de llorar; de llorar primero por ti // que te enamoraste de un
viejo con // Parkinson…” dice el primero de los tres. “A Paulina Wendt, y ya
casi amanece” reza la dedicatoria.
- ¿Tiene usted miedo de que su enfermedad le arrebate el amor, de dejar a Paulina sin amor?
-
No, no es tan literal. Siempre cuando uno ama a alguien, ama la libertad del
otro, o sino no se enamoraría de él. Y la libertad implica que toda persona que
tú amas te pueda dejar. Porque son seres libres. Y allí te pueden destruir.
Pero no, no es tan literal. Ahí en esos tres poemas, Zurita, poema de
amor, los tres comienzan con la misma frase: y ya casi amanece. Es un
retrato de un momento en que un ser humano, al que le ponemos Zurita, pero
puede ser Gómez… A este personaje se le pasa toda la historia de su vida.
Entonces se describe una escena que es privada en cuanto a mi vida personal.
Pero en el momento en que está escrito, es una escena que tiene una relación
con la vida, pero quien la lee tendrá que sacar su propia conclusión… hacer su
analogía… Y los ratos de mi vida son los ratos de mi vida. O sea, yo trato de
poner el dato de mi vida –la obra está llena de datos biográficos-. Tal vez va
a ser más rotundo el olvido, pero si no es así, si no fuera así y en 100 años
más alguien lo tomara, vería qué dice en las Notas de un desvelado (última
página de la primera parte de Los países muertos, en la cual el
autor explica quiénes son los protagonistas del texto)… Es muy
improbable que el lector del futuro conozca a los tipos que aparecen acá:
¿quién fue Camilo Marks? ¿Quién fue Carlos Pérez Villalobos? ¿Quién fue
Sandoval? No van a tener la menor idea. Y va a ser así, y van a leer las Notas
de un desvelado y van a decir: ¿quiénes fueron estos fulanos? No van a
tener la menor idea… En 100 años más si algún profesor de literatura se
interesa en investigar ese libro, se dará cuenta de lo que es mi vida. Que se
nombran tres direcciones, que se nombran lugares. Y son los lugares donde pasó
mi vida.
Una vida la de Zurita, llena
de altibajos. Llena de escándalos y de amor. De imágenes e
ideales. De mucha fuerza. De decepciones, pero con muchas emociones.
La última está ligada a su
ya conocida enfermedad, el Parkinson. La misma que fue detectada por un doctor
centroamericano mientras el poeta firmaba su libro. Pero ésta no es una
restricción, al contrario, es una confirmación. “Es algo que me da una
relación consciente: sabes que tienes un brazo, un brazo que de repente se
rigidiza, y por lo tanto, sabes que tienes un cuerpo y que este cuerpo se va
deteriorando y se establece una relación más intensa, como si dialogaras con
tus manos, con esta mano –señala la derecha-… O sea, hay movimientos que
me cuestan más hacer. Pero fíjate que es extraño, tengo una relación casi de
amor con eso, casi de simpatía. Me alegro que aunque sea en estas condiciones,
se me devuelva un cuerpo, por así decirlo. Me alegro que me hable, que
proteste, que me diga que estoy presente”.
Raúl Zurita no tiembla
cuando habla. Apenas se le mueve el brazo. Y dice no preocuparle. De hecho,
cuando no toma el tema con pasión, como si de un poema o de un acto poético más
se tratase, lo toma con humor: “en teoría debería estar temblando y todo lo
demás… ¡Y lo voy a estar!, pero voy a estar igual, voy a seguir siendo
yo, aunque con la cara como la del Papa recitando” sentencia con una larga
sonrisa que da por terminada la conversación.
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